21.12.11

canciones tarareables

Lo miro a mi abuelo armando un rompecabezas imposible, no por la cantidad de piezas sino por su locura. Alzheimer dicen mis papás. Locura. Y yo acá perdiendo el tiempo con dos amigos que no son amigos, que son solo vecinos con quienes me corresponde jugar, aparentar, desde tan temprana edad. No le puedo poner nombre a las cosas porque solo tengo ocho años pero ya conozco el sentimiento de sentirme obligado a hacer cosas que no quiero hacer, a estar con gente con la que no quiero estar, a fingir ser feliz.

Y me da vergüenza la piscina de mi casa, olvidada y sucia. Llena de hojas del árbol que también muere. Mis amigos se burlan de la piscina, de la casa, de mi abuelo y de mí. Mi familia ya no tiene dinero me dice uno, el más malo, el más atrevido. Y yo lo odio pero no lo quiero volver a ver a los ojos. Cómo se puede ser tan cruel siendo tan joven. El otro niño, el pecoso, no dice nada, parece entender lo que está pasando. Mi abuelo del otro lado de la piscina, cubierto por una sombrilla y haciendo pequeños grupos de piezas de colores, sistema muy suyo para empezar a enfrentar la tarea. Nunca ha terminado un solo rompecabezas. Los insultos y las burlas de mi amigo se endurecen y yo que no quiero levantar la vista y el pecoso se pone de pie y se sienta debajo del árbol cuyas hojas cubren con una capa fina la piscina. Probablemente intuye algo, presiente algún desenlace y lo quiere observar de lejos.

Llega la empleada doméstica con tres limonadas y mi amigo suelta una carcajada. De todo se burla. Dice que mi familia es anticuada, que sirve limonadas y que los vasos fueron en algún momento botellas de vino o de ron o de whisky barato, ahora cortadas. Tira su limonada a la piscina y yo sigo sin volver a verlo. El pecoso se rasca la cabeza y bebe lentamente de su vaso, como quien no quiere la cosa. Yo no bebo de la mía y en cambio encuentro un camioncito metálico y juego con él desentendidamente.

Mi abuelo tararea una canción que yo reconozco, que me sé de memoria. No recuerdo el nombre pero a estas alturas, eso es lo de menos. Y la quiero tararear y unirme a él como tantas otras veces, pero no quiero darle a mi amigo otra excusa para burlarse, otra razón más para odiarlo, para no atreverme a mirarlo a los ojos. Divide las miles de piezas en grupos de colores y tararea y se entretiene y no se da cuenta de la tragedia que está pronto a suceder de este lado de la piscina. Me doy cuenta que la mujer se esconde detrás de las cortinas, no quiere perderse el espectáculo.

Tu papá es un muerto de hambre, dice, y yo me abalanzo sobre él con el camión metálico en la mano y él me jala el pelo y siento que me lo arranca pero yo lo golpeo, primero sobre la cabeza y luego en la cara, a como de lugar y siempre con el camioncito. Supongo que peleamos como lo hacen los niños, dando rienda suelta al caos y sin ningún final en mente. Escucho un llanto y no estoy seguro si es mío o del niño, pero pronto aparece la mujer gritando en español y nos separa bruscamente. Tengo lo ojos abiertos y veo el rostro asustado de ella, las gotas de sangre que manchan la frente del niño, y a lo lejos escucho esa canción tan bella siendo tarareada por mi abuelo, que por nada se rinde ante el rompecabezas.

30.11.11

no ver para arriba

Uno se enferma por los pies: el suelo como posible resfrío y la acera porosa. Llueve y el caño se rebalsa. La lluvia no refresca porque es tibia y las aceras se van cubriendo de agua. Yo descalzo con los pies mojados, con el miedo de enfermarme, deaquínomevoy. Pienso en mi mamá/regaños, pero yo sentado en el caño, viendo agua y sabiéndome distinto. La lluvia golpea. Las ropas empapadas pero los pies tibios. La lluvia contra todos los techos, mi mamá seca porque el suyo es el suyo.

Llueve con fuerza en mi calle, no es escupa que incomoda, es el cielo que se desquita. Y los pies ahora sí fríos y ahora sé que estoy enfermándome, no puede haber duda. Escucho a mi mamá llamándome pero yo me quedo ahí con los pies fríos, enfermándome y moviendo los dedos, viendo el agua pasar y siendo golpeado por las hojas y la basura que vienen con el agua. Los desechos me saludan y ahora todo mi cuerpo se enfría, pero me sigo sabiendo de un barrio de techos y de lluvia.

Las gotas duelen en la espalda y en los brazos y jamás volver a ver al cielo porque el agua castiga. Ya estoy enfermo, no hay duda. Mi mamá se materializa. Imagino a todos mis amigos del barrio sentados en el caño con sus pies mojados y fríos y siendo golpeados por los mismos desechos y la misma basura que hace unos minutos me saludaron. ¿Cuántas mamás están gritando? Los techos resisten, pero mis brazos no, me levanto y mis pies enfermos y yo nos vamos, distintos.

4.10.11

esther



Desde que tengo memoria mi abuela empezó a perder la suya. A la hora de regañarnos o llamarnos para decirnos algo, siempre confundió a sus nietos. Nosotros nos reíamos y jugabamos a cambiarnos los nombres para enredarla aún más. Hoy mi abuela no sabe hablar y no puede diferenciar la cara de nadie en su familia: hermanos, hijos, nietos. La rodea un mar de bisnietos que le es extraño. No es que no se reconozca en el espejo, es que no sabe verse al espejo. Se le olvidó el lenguaje. Pasa sus días en cama o sentada en una mecedora en el patio llevando sol.

Hace unos veinte años, cuando tenía sesenta, mi abuela empezó el regreso a su niñez. Su vocabulario comenzó a reducirse, sus memorias escasearon, sus frases cada vez más sencillas, su independencia enterrada. ¡Alapuñeta, Ah-lajuela, Mimuchachito! Risotadas injustificadas, enojos impredecibles, curiosidades infantiles. Después de una vida intensa y de lucha, hoy mi abuela es una viejita hermosa que ve la vida sin entenderla. Ya pasó para ella el tiempo de los nombres y de las caras, de conectar a Jacó con un sentimiento, un olor con su familia, una risa con su esposo, unas tortillas con el dolor– ya no importan. Mientras vivió recordó, ahora es la niña de regreso a casa.

Siempre fue una mujer fuerte, de carácter intimidante, pero generosa con los abrazos y los besos, y de sonrisa fácil. Así la pienso y así la voy a recordar, por lo menos mientras tenga de cerca mis memorias.

22.9.11

decir algo y pensar en lo dicho, palabra por palabra, el tono, me habrán entendido. ¿cómo respoder a la gente que resume su vida tan sucintamente – me casé, trabajé mucho, hice familia y ahora leo, escribo, pinto - ? toda la conversación con alguien en un idioma extraño, las palabras, el tono, lo no dicho, el resumen de todas las vidas, el sinsentido de un plato de sandía sin acabar.

30.8.11

hoy la noche golpea como cien puertas de un edificio abandonado.
tristes por lo que fueron y no por lo que son,
ventanas a quienes no les importa el viento,
la idea de ropas tendidas.
creo en definitiva que el portugués suena bonito,
leerle algo, frases sueltas,
porque usted es completa.
merecedora de palabras buenas,
aunque mi noche duela
y el viento pase por acá y se vaya.


17.8.11

ciudad presente

ciudad lluvia hoy terminás. amaneciste oscura y me tropecé en tus calles sin saberlas. te soñé distinta y lo fuiste. bailaron los puentes con lo negro de los pájaros que muchas mañanas me despertaron y les tuve miedo y no los quise ver. estos son sonidos del paisaje: la lluviamuda, las ventanasviento, parques rebeldes de juventud y de verde. te escribí ciudad y te viví sensible. estos son regalos: el discurso aprendido, todos los alfabetos en mi cabeza que a diario desempolvo, las ideasherrumbre siempre presentes pero ahora chorreadas con café. canto final a la ciudad lluvia, cantollanto, haber dejado de escribir pero en ésta tu última noche, ciudad presente, regresarte las palabras.

22.6.11

qué hacer del llanto

Mi gata negra llora de su ojo derecho. Amanecemos y sus lágrimas secas solo se dejan ver de ese lado de su cara. Me da la impresión que llora sin entender, que en algún momento de su noche despierta y moja su mejilla derecha sin hacer ruido, quedita y a mi lado, sin querer despertarme a pesar del llanto. No sabe que la palabra lágrima es triste pero no tan triste como muchas otras. ¿Qué significa la distancia para ella? ¿O la idea misma de llorar durante la noche? ¿Qué hacer de ese acto? Despierto ignorando la tragedia que tomó lugar a mi lado, abro los ojos y mi gata negra está ahí, viéndome, esperando el día.

9.6.11

mi gata negra llora de su ojo derecho

    haciendo un recuento de la ciudad me detuvieron los puentes y se adueñaron del momento las memorias-herrumbre. siempre inoportunas, tan memorias como herrumbre, mujerzuelas no invitadas a comer. ahorita mismo están bailando sobre el metal, sin prisa y sin frío. se amontonó la gente queriendo verlas, se pisotearon y se sacaron los dientes, apuñándose se olvidaron de mí y mis dos años de ciudad, espectáculo triste. memoria-herrumbre la última ventana con luz, las botellas de vino quebrándose, los patos sin sur. tanto bailecito embruja a la muchedumbre que babea y ríe. y las memorias escupen herrumbre. memoriasbrujasherrumbre. bruja el recuerdo del bus lleno de payasos. herrumbre la espalda de la muchacha que quiere hacer sentido de su vida. escupa mi primera pacha de guaro. los puentes no bajan y más gente se amontona y babea y las memorias bailan mirándome a los ojos y yo para salvarme pienso en mi gata negra que llora de su ojo derecho sin entender.

26.5.11

lo marchito es inaceptable

aceptar el esoespartedelavida es aceptar palabras marchitas, crimen. la señora vuelve después de la tormenta y llora porque no reconoce su casa, regresar a nada se dice y no las acepta, han perdido su brillo y el llanto nunca ha pesado tanto. a los músicos les robaron sus instrumentos y la banda se deshace, perdidas las teclas y ahogada la música. parte de la vida. parte de cuál vida. cuál parte. lo marchito es inaceptable. encontrar a alguien debajo de la cama y no sobre ella es una memoria triste. caminar por la calle de siempre y no reconocerla también. no las acepto se dice el trompetista.


25.4.11

por la tarde compartí mi arroz integral con las palomas, pero se les pegaba a los picos sin poder tragar. este momento quién lo inventa. empezó a llover como llueve en esta ciudad y las palomas seguían picoteando y peleándose, el arroz volviéndose imposible, la gente corriendo sorprendida por el agua, el sonar de la ciudad, qué hago tan lejos, cada vez más palomas, cada vez más mojado el arroz, se quedó vacío el parque, solamente las palomas, el arroz y yo. yo ahí pero lejos, las palomas locas por nada.

29.3.11

objetos no reclamados

en ésta la ciudad de la lluvia, los domingos en las mañanas se ven decenas de grupos de personas en las esquinas, todos con sus abrigos/gorros/bufandas, en una mano el cigarro en otra la taza de café. esperan con paciencia su turno para entrar a la cafetería de rigor y cumplir así con el ritual del fin de semana. ciudad burbuja que quiere ser lo que el resto del país no es, vegetariana, ecológica, artista, música, ciclista, limpia, tolerante, incluyente. pero de esas tazas de café humea el cinismo, de los cigarros se aspira el vacío, de los cuerpos se suda orfandad. el desayuno del domingo es pues el esfuerzo tácito por lo colectivo. me uno y como es una niña traviesa la vida, al lado de mi mesa y en el estante de objetos perdidos: una antología de vallejo, mitad en inglés, mitad en español.

16.3.11

techos delgados (lo que piensa la muchacha)

se me llenó la vida de momentos herrumbre, acumulados sin que me diera cuenta y hoy los veo a la cara y no tienen sentido y si la persona a mi lado llora entiendo pero olvido, si te veo de frente pienso vacío, si me tomo un café renuncio. me voy y a quién recuerdo. Lupe me contó que en su pueblo la lluvia es tan fuerte y los techos tan delgados que la gente se habla al oído, siempre, como secreteándose. que al polvo lo aplaca la misma lluvia. aquí las sombrillas son de todos los colores: el plástico que detiene el agua pretende tener vida propia. por eso nunca llevo sombrilla me dice sin verme, raspando el suelo con su bastón húmedo.

2.2.11

lo que piensa lupe

me siento y el café negro y amargo me traiciona porque me hace recordar de donde vengo y tengo que comenzar de nuevo, a no pensar, cerrar los ojos y escuchar los carros que pasan por encima de donde estoy sentado, unos más arriba que otros como filitas de sonidos, capas, ruidos que vienen y van en todas direcciones y yo acá sentado recordando lo mío que no es esto, y las autopistas encima, cemento que lleva a todos lados menos a la historia de donde vengo, caminos que según yo llevan a la nada, y lo que yo siento es lo que cuenta, ¿no? El café tan negro y tan amargo pero la ciudad con sed a pesar de la lluvia.

16.1.11

Obsequio

Un amigo argumentó en una mesa de tragos que uno a los hijos no debe escogerles ni siquiera el equipo de futbol. Que el mejor regalo que uno les puede dar es la libertad para escogerlo todo – profesión, religión, partido político, equipo de fútbol. Todos estuvimos tácitamente de acuerdo con los primeros tres, pero el concepto de vestir a los hijos con la camiseta del equipo de uno fue arduamente debatido. La discusión no llegó a ningún acuerdo, por el contrario, la mesa se dividió ortodoxamente entre ambos bandos.

Quiero que mis hijos sean apasionadamente liguistas para que vivan esa hermosa metáfora de la vida que es el fútbol, y que además lo hagan siendo parte del clan, de todos los primos fanáticos, y así satisfagan ese instinto primitivo de pertenecer a un grupo, de obtener identidad a partir de lo colectivo. 'Así como lo hicimos los primos de nuestra generación, quiero que mis hijos viajen en bus y conozcan muchos de los rincones de este país en sus peregrinaciones a los estadios. Que sientan terror al ver a uno de sus primos salir con la cabeza ensangrentada tras ser golpeado con un caracol por un aficionado sancarleño. Que se enorgullezcan al ver a ese mismo primo saltarse la malla, burlar la seguridad y perseguir al árbitro que nos había anulado un gol durante el clásico nacional. Quiero que recorten la foto del ´energúmeno alajuelense que quiso hacer justicia con sus propias manos´ y la peguen en la puerta de su cuarto como trofeo de guerra.

Me haría muy feliz que su primera pacha de guaro sea comprada en las afueras del Fello Meza, a la edad de catorce años y que junto a los primos y bajo los efectos del alcohol se rían hasta más no poder mientras cantan el himno. Quiero que sean juntabolas en los partidos con el único objetivo de estar más cerca de sus héroes; que llenen bolsas de miados colectivos; que sean fundadores de alguna barra brava; que sean perseguidos en La Sabana por una turba de saprisistas; que, ¿por qué no?, le rompan la cara a algún morado; que junten dinero para comprar una manta o el bombo que llevará el ritmo de los cánticos; que discutan la nueva contratación comiéndose un pastelillo de papa y tomándose una cerveza afuera del Morera antes de que empiece el partido.

Me haría feliz ver a mis hijos llorar desconsoladamente la perdida de un campeonato, e igual de feliz verlos llorar de emoción al celebrar el gol del triunfo y la obtención de un nuevo título. Quiero que mis hijos sueñen con tener hijos liguistas y que difícilmente acepten novias o novios saprisistas.

A mis hijos e hijas recién nacidos no los bautizaré ni les pondré nombres de heroicos guerrilleros, pero con el mayor orgullo paternal los vestiré de rojo y negro antes que aprendan a caminar o a hablar, y les contaré historias de las grandes hazañas de un técnico llamado Badú, de los goles de un Gugui Ulate, de Miso Matador, de un tal Chunche, de como casi casi le ganamos al River Plate, de la zurda de Izaguirre o del pundonor campesino de Arnaez.

Lograr que mis hijos sean liguistas no es robarles su libertad. Lo contrario. Es regalarles una experiencia familiar y colectiva profunda, una forma más de apasionarse por la vida. Igual de importante, es el poder regocijarse al ver a un Brayan Ruiz deshacerse del último defensa y el portero morado con la exquisitez de su zurda y así anotar el gol que nos permitió a todos levantar la copa.