16.9.09

El niño explica como se cortó el dedo pulgar y el vendedor grita algo que interpreto como triste: los escuché a los dos. No hay ambigüedad en el machetazo, en las ganas por partir la pipa y beber su jugo. No existe duda de su filo, y tampoco de la impavidez con que cuenta su historia. No quiso buscar el dedo y por ello caminará sin uña por el resto de sus días. El grito fue imprudente y claro y lo recibió la pulpera escondiéndose detrás de cien bolsas de papas: las campanas de la iglesia doblarán siempre por ella. Más que historias de niños sin dedos aquí hay certezas de dedos olvidados, y la imprudencia de una declaración disfraza tantas horas en bus para llegar a este invento de pueblo.


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