12.12.13

Once estrofas (Frank Baez, República Dominicana)

Para encontrarte tuve que enjaular a la bestia,
mudarme a una ciudad del norte,
cortarme una oreja, aplastar cucarachas
y verter sal sobre la nieve de la escalera.

Visité Nueva York y miré abajo
desde el Empire State y no estabas.
Visité a una gitana de cien años
que dijo: teme a la muerte por agua.

No eras la que encontraron flotando
en el Ozama ni la que amenazó con matarme
empuñando una tijera. No eras Marina
Tsvietáieva colgando de una cuerda.

Te esperé en un apartamento donde las ardillas
entraban y secuestraban mi poesía.
La nieve caía tras las ventanas.
La luna en el firmamento tosía.

¿Dónde está?, le preguntaba a las meseras
que pasaban sin hacerme caso. ¿Dónde estás?,
preguntaba cortándome las manos
y dejándolas caer desde un puente en Chicago.

¿Dónde está?, preguntaba como aquel
hombre en el veinteavo piso de un edificio
que se quema, como Baudelaire sentado
en un banco de París al amanecer.

No estabas en la playa mientras
las olas le susurraban tu nombre a la arena.
(El sol brillaba y una gaviota parecía
haber pescado un zapato de Hart Crane)

Pregunté por ti con un cigarrillo entre los labios,
barajando el dominó y temblando,
como un árbol depresivo que ha dejado
caer todas sus hojas y le da frío.

Te busqué en museos y en bibliotecas
en las cuales me dormía y melancólico traducía:
sueño con ella amada o muerta
porque la ciudad es demasiado pequeña.

Te busqué en un sueño, en un bolero,
entre los extras de una película
de bajo presupuesto, te busqué
con los ojos cerrados y con los ojos abiertos.

Te busqué, mi amor,
de esa manera en que Aristófanes
comenta que se buscan las dos mitades
en uno de los diálogos de Platón.

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