Estoy solo en esta finca Ignacia. Solo
en todas estas hectáreas de montaña que únicamente entienden de lluvia. Un mar de guayabos y mucho pasto. Bajo al pueblo y me
enredo en el gritar de los pericos, no paso más allá de los almendros de la plaza de fútbol. No es miedo a
vos Ignacia, en verdad me llaman los pájaros y me gritan. Me piden
que me quede con ellos y yo obedezco, les quiero explicar que bajé de la
montaña por vos, para vos. Pero no quieren saber nada de quebrantos,
Ignacia. Los pericos hace siglos se deshicieron de la duda. Están gritando por las tardes perdidas, por el amor
posible, por la oportunidad desperdiciada.
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